El Mito de la Agricultura Orgánica
STANFORD.
Los productos orgánicos -desde los alimentos hasta las panaceas para el cuidado de la piel y los cigarrillos- están muy en boga. Supuestamente, sólo el mercado global de alimentos orgánicos hoy supera los 60.000 millones de dólares anuales. La Comisión Europea parece compartir las opiniones de los devotos orgánicos: su visión oficial de la agricultura y los alimentos orgánicos es “Si es bueno para la naturaleza, es bueno para usted”. Pero no existen pruebas persuasivas de ninguna de las dos cosas.
Un meta-análisis de datos realizado en 2012 a partir de 240 estudios concluyó que las frutas y las verduras orgánicas, en promedio, no eran más nutritivas que sus pares convencionales más económicas; tampoco tenían menos probabilidades de estar contaminadas por bacterias patógenas como la E. coli o la salmonela -un hallazgo que sorprendió inclusive a los investigadores-. “Cuando iniciamos este proyecto”, dijo Dena Bravata, integrante del equipo de investigación, “pensamos que tal vez habría algunos hallazgos que respaldarían la superioridad de los alimentos orgánicos por sobre los convencionales”.
Mucha gente compra alimentos orgánicos para evitar la exposición a niveles nocivos de pesticidas. Pero ése es un razonamiento escasamente válido. Si bien las frutas y las verduras no orgánicas tenían más residuos de pesticidas, los niveles en más del 99% de los casos no superaban los umbrales de seguridad conservadores establecidos por los reguladores.
Es más, la vasta mayoría de las sustancias pesticidas encontradas en los productos ocurren “naturalmente” en las dietas de la gente, a través de alimentos orgánicos y convencionales. El bioquímico Bruce Ames y sus colegas determinaron que “el 99,9% (por peso) de los pesticidas en la dieta estadounidense son sustancias químicas que las plantas producen para defenderse. Sólo se han detectado 52 pesticidas naturales en pruebas de cáncer animal en altas dosis, y sólo 27 de ellos son carcinógenos de roedores; estos 27 están presentes en muchos alimentos comunes”.
La conclusión es que las sustancias químicas naturales tienen las mismas probabilidades que las versiones sintéticas de resultar positivas en estudios de cáncer animal, y “en las dosis bajas de la mayoría de las exposiciones humanas, los peligros comparativos de los residuos de pesticidas sintéticos son insignificantes”. En otras palabras, los consumidores que compran alimentos orgánicos costosos para evitar la exposición a los pesticidas concentran su atención en el 0,01% de los pesticidas que consumen.
Irónicamente, tanto en Europa como en Norteamérica, la designación “orgánico” es en sí misma una construcción burocrática sintética -y tiene escaso sentido-. Prohíbe el uso de pesticidas químicos sintéticos, con algunas excepciones pragmáticas. Por ejemplo, la política de la UE establece que “reglas previstas de flexibilidad” pueden compensar las “diferencias climáticas, culturales o estructurales locales”. Cuando no hay alternativas apropiadas, se permiten algunas sustancias químicas sintéticas (estrictamente enumeradas).
De la misma manera, en Estados Unidos, existe una extensa lista de excepciones específicas para las prohibiciones. Pero la mayoría de los pesticidas “naturales” -así como el excremento animal cargado de patógenos, para su uso como fertilizante- están permitidos.
Otro razonamiento para comprar orgánico es que, supuestamente, es mejor para el medio ambiente natural. Pero los bajos rendimientos de la agricultura orgánica en ambientes del mundo real -normalmente 20%-25% por debajo de la agricultura convencional– imponen varias exigencias a la tierra de labranza y aumentan el consumo de agua sustancialmente. De acuerdo con un reciente meta-análisis británico, las emisiones de amoníaco, la lixiviación de nitrógeno y las emisiones de óxido nitroso por unidad de producción eran superiores en los sistemas orgánicos que en la agricultura convencional, al igual que el uso de la tierra y el potencial de eutroficación -respuestas adversas del ecosistema a la incorporación de fertilizantes y desechos- y acidificación.
Una anomalía de cómo se define “orgánico” es que la designación en realidad no se centra en la cualidad, composición o seguridad de los alimentos. Más bien, comprende un conjunto de prácticas y procedimientos aceptables que un agricultor piensa utilizar. Por ejemplo, un pesticida químico o polen de plantas modificadas genéticamente que vuela de un campo adyacente a un cultivo orgánico no afecta la condición de la cosecha. Las reglas de la UE son claras: se pueden etiquetar los alimentos como orgánicos siempre y cuando “los ingredientes que contengan organismos modificados genéticamente penetren en los productos de manera no intencional” y representen menos del 0,9% de su contenido.
Para concluir, muchas personas que se sienten seducidas por el romanticismo de la agricultura orgánica ignoran sus consecuencias humanas. El agricultor norteamericano Blake Hurst nos ofrece un recordatorio: “Las malezas siguen creciendo, incluso en policultivos que emplean métodos de agricultura holísticos y, sin pesticidas, la erradicación manual de las malezas es la única manera de proteger un cultivo”. El trabajo pesado y agobiante del desherbado manual suele recaer en las mujeres y los niños.
Por supuesto, deberían existir productos orgánicos para que los puedan comprar aquellas personas que sienten que los deben tener y los pueden pagar. Pero la realidad es que comprar no orgánico es mucho más costo-efectivo, más humano y más responsable en términos ambientales.
*Henry I. Miller, médico y biólogo molecular, es el Robert Wesson Fellow en Filosofía Ciencia y Política Pública en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Fue el director fundador de la Oficina de Biotecnología de la Food and Drug Administration de Estados Unidos y es el autor de La Frankenfood Mito.
Fuente artículo: Project Syndicate